miércoles, 6 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía persiguiéndose
Esa que voy a ser está descalza con un cigarrillo en la boca y camina adelante mío. Esa no respeta los semáforos. A esa no le importa esa. Por eso no sufre, por eso es libre y corre y no se peina y me sonríe con desinteresada maldad, por eso la quiero tanto y la quieren tanto y por eso todavía no soy. Porque yo. Porque ella no vive en el tiempo ni en el espacio, solamente la encontrás. Ella no busca ni es buscada. Ella se encuentra. Ella es siempre en esquinas sin cuando ni zapatos, pero con un cigarrillo ché. Ella es con vicios, claro. Ella y el placer y la inocencia y la ciudad, sobre todo la ciudad repleta de las contradicciones que nadie ve. Pero ella, ché, ella se prende un cigarrillo y se arranca la ceguera para tirarla al río y salir corriendo y esconderse como una niña que hace lo que quiere.
Mirá. Mirá cómo da vuelta en la esquina.
¿Qué hago? ¿La sigo, como siempre? ¿La atrapo, como nunca? ¿Me quedo, como siempre que nunca? ¿Le doy la espalda o una cachetada? Pero una cachetada de esas a las que les continúa un abrazo violento que no es solamente un abrazo, o a lo mejor sí. A lo mejor sí la puta madre.
Mirá. Mirá cómo se asoma esa que había doblado en la esquina.
Mirá. Mirá cómo se me caga de risa.

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