domingo, 24 de octubre de 2010

Cuando Yo era Sofía

Sofía entre la espada y el espadachín.

Me levanté de la cama y sentí caminar un par de instantes por esta piel que, inocentemente, ya no era de mi propiedad.
Los pies atontados se reían sobre el piso de este cuarto absurdo.
No podía mirar al espejo.
No había ventanas, un poco de barro tal vez.
Los dedos habían sido trotamundos de alguien. Ahora abrazaban mi cuerpo sin tiempos que por fin, había soltado los relojes.
Entonces sonreí, porque al fin, al fin sí, otra vez, pero de verdad, había perdido de una vez por todas o ninguna, esa cosa redonda que tenemos arriba del cuello. Creo que se llama cabeza, no estoy segura, y por suerte, no me importa.
-Ya despiértate, nena.
-No puedo.
-¿Qué querés, nena?
-No me importa.
-¿Qué tenés, nena?
-Un caramelo de limón y un abrazo violento.
-¿De qué color es?
-No sé. No puedo ver.
-¿Por qué?
-No sé. Sólo puedo creer.
-¿En qué?
-En que tiene nuestro color.
-¿Por qué?
-Por que no puedo pensar lo contrario, por supuesto.
-¿Por qué?
-Por que se me perdió la cabeza, por supuesto.
-¿Qué es la cabeza?
-Un Monstruo Asesino (con mayúsculas, claro) pero vos tranquilo, que no conocés esas cosas y está bien.
-¿Qué es el bien?
-La daga del Monstruo Asesino (con mayúsculas, claro).
-¿Y dónde está ese Monstruos Asesino?
-Detrás de esta puerta.
-¿Le abrirás?
-No lo sé, ya no les tengo miedo.
-De nada.
-¿Nos asomamos?
-¿Para qué?
-No sé, creo que quiero ver.
-¿Qué es eso?
-Mi cabeza. Está partida en dos.
-Blanco y negro.
-Debe haber sido la cerveza.
-O yo.
-¿Cómo hiciste?
-A veces, la respuesta más simple, es la correcta.
-¿Un hacha?
-Exacto, con esta misma con la que pronuncio tu nombre, nena.

sábado, 16 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía y sus nuevos viejos tiempos  

Me pierdo en este tiempo de perder, que no es más que perder el tiempo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía a las 3:58

Sofía mientras habla

La gente que escucha a Sofía la mira con sus caras de máquinas acostumbradas y atraviesan sencillas etapas en las que, mientras escuchan los discursos de Sofía, piensan:
Sofía es una boluda.
Pobre Sofía que no entiende nada.
Sofía está equivocada.
Sofía piensa mucho.
Sofía está diciendo algo interesante.
Sofía tiene razón.
Sofía sabe tanto. Tanto.
Sofía está mal de la cabeza.

No. Sofía no tiene cabeza.
¿Qué clase de monstruo es Sofía?

Sentipensante. Siente mucho. Piensa mucho. Pero eso sí, la  cabeza la dejamos en casita. Acá se piensa con el cuerpo o el alma, que vaya a saber uno qué cosas son esas.

viernes, 8 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía enferma

Nadie le hizo una pregunta a Sofía: ¿Por qué mierda pensás tanto?

Ella pensó la respuesta, pero no dijo nada.




















No dijo nada-

jueves, 7 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía sobre el puente

Hacer bien las cosas es una pérdida de tiempo.
En los errores está la vida, me dijo el pez que mordió el anzuelo.
El pez era un idiota. El pez tenía razón. Yo a veces también tengo razón, la guardo en el bolsillo pero la pierdo, se me cae por el agujero del bolsillo y la dejo atrás con mis pisadas y el diario.
La vuelvo a encontrar en las casualidades, cuando se impone, soberbia. Yo me acuerdo que soy humana cuando me libero de ella, pero después me olvido de nada y de la humanidad mía cuando pasa algo o miro sobre un puente cómo el pez muerde el anzuelo. Lo muerde. Y sabe que morirá, yo sé que lo sabe. Pero también sabe que si no muerde el anzuelo para morir, nunca sabrá que estuvo vivo, nunca sentirá la pasión en sus escamas. Me lo dijo cuando se enamoró de mí-
Yo le clavé el cuchillo al medio. Me gustaba su cara de sufrimiento. Yo también quiero eso.
Necesito dolor. Necesito sentirme viva. Desde el puente puedo ver tantas cosas.
Yo también quiero ser un pez.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía persiguiéndose
Esa que voy a ser está descalza con un cigarrillo en la boca y camina adelante mío. Esa no respeta los semáforos. A esa no le importa esa. Por eso no sufre, por eso es libre y corre y no se peina y me sonríe con desinteresada maldad, por eso la quiero tanto y la quieren tanto y por eso todavía no soy. Porque yo. Porque ella no vive en el tiempo ni en el espacio, solamente la encontrás. Ella no busca ni es buscada. Ella se encuentra. Ella es siempre en esquinas sin cuando ni zapatos, pero con un cigarrillo ché. Ella es con vicios, claro. Ella y el placer y la inocencia y la ciudad, sobre todo la ciudad repleta de las contradicciones que nadie ve. Pero ella, ché, ella se prende un cigarrillo y se arranca la ceguera para tirarla al río y salir corriendo y esconderse como una niña que hace lo que quiere.
Mirá. Mirá cómo da vuelta en la esquina.
¿Qué hago? ¿La sigo, como siempre? ¿La atrapo, como nunca? ¿Me quedo, como siempre que nunca? ¿Le doy la espalda o una cachetada? Pero una cachetada de esas a las que les continúa un abrazo violento que no es solamente un abrazo, o a lo mejor sí. A lo mejor sí la puta madre.
Mirá. Mirá cómo se asoma esa que había doblado en la esquina.
Mirá. Mirá cómo se me caga de risa.

domingo, 3 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía con sus semáforos

Las ganas como niños sin inocencia se revuelcan pegajosas en una cama que no es mía.
Rojo.
Y su leve decepción en una mano que no sabe si pedir perdón o dar un golpe de estado.
Verde. Otra vez Verde entre las sábanas tibias y los labios que se muerden, no se quejan, se derriten, se funden en el conglomerado frenético que no entendemos, aún no lo entendemos.
Casi sin querer, nos alejamos cada vez más de ese aún y lo sentimos, jugamos con él.
Entonces Rojo.
Y un suspiro enojado es retenido en sus labios, como las ganas de hacer lo que él quiera y yo también, yo también quiero eso. Pero. Siempre un pero porque soy yo y yo tengo una cabeza con peros. Y después quiero arrancarme la cabeza, y los peros y no pensar. Entonces me doy cuenta que otra vez Verde, en un ojo y en la cama.
Verde, Verde, Verde.
Más Verde. Canguros anarquistas en la panza. Manos que mientras piden piedad, avanzan acompañadas de un ejército de cosquilleos y una lengua animal.
Pero Rojo. Rojo ahora, antes que el Verde me haga sentir viva y ya no quiera seguir muriendo, que es lo que hacemos la gente común.

Cuando yo era Sofía

Sofía que quiere


Quiero un cigarrillo en la voz, que me robe mis monólogos solitarios, que mire las estrellas tranquilo. Conmigo, claro. Un cigarrillo que me acompañe en esta vida que es morir, siempre.
Porque al final sí, al final el pedazo de carne es puesto en una caja y chau.
Chau. Hay que decir chau.

Quiero vodka en mis palabras, ahogarlas un poco con sensaciones de hombre, teñirlas de noche de excesos, mojarlas en una garganta con estanques. Quiero sentir el vidrio frío en la mano. Quiero su beso frío y después. Y después el fuego corriendo entre las cuerdas vocales, cayendo fuerte en el estómago. Quiero esa sensación otra vez, como cuando.
Y parar ahí. Porque sino.

Ya estoy en el piso otra vez.


No puedo levantarme. No quiero tampoco.

Llevate el cigarrillo, no te olvides del vodka.

Yo solamente quiero dejar de querer.


sábado, 2 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía que sueña.

Señor F, hay algo que anda mal en mis sueños.
Anoche, por ejemplo.
Yo era una de los que había dejado la puerta abierta. Ahora no.
Yo estaba ahí, desgarrada entre el color marrón. Porque era un sueño y yo tenía derecho.
Ellos me veían. Estaban allí los conejos de Carta a una señora en París, la mismísima Helena, la soñadora y también la pareja de una Autopista del sur, que era tres parejas en una.
(2 al cubo)
Estaban ellos alrededor mío.
La o las parejas estaban feliz.
Helena miraba por una ventana y también estaba soñando con los conejos que estaban a sus pies.
Yo rogaba, me retorcía, gritaba, gemía, lloraba a vivos ojos lacrimógenos, exigía piedad y sin embargo, los conejos, rotundos e imperturbables, me decían la verdad.