viernes, 22 de abril de 2011

Cuando Yo era Sofía


Humanimales




-Después estoy todo el día pensando qué fue real y qué fue parte del sueño.-le dije y solté el humo.
-Lo que no entiendes es que todo fue real.


Y.


-No es el otro el que hace que amemos. Nosotros tenemos la capacidad de amar (siempre) no es el otro el que nos hace amar, sino que somos nosotros mismos los que tenemos esa capacidad
-Esa discapacidad, mejor dicho.

domingo, 17 de abril de 2011

Cuando Yo era Sofía

A rayas, frente a la hoja blanca.

Es irónico escribir sobre no poder escribir, pero últimamente encuentro a la ironía hasta en el ropero.
Le gustaba ver las cabezas caminando, iluminadas por los faroles de la calle que también son la luz de la noche.
Había visto a un hombre mirar su reloj. El tiempo como piernas de plastimasa que corren en círculos, que nos atontan para llegar.
Para llegar.
Cuánto hacía que no veía a un hombre mirar un reloj, pero un reloj de verdad, esos que hacen ese tic-tac casi inaudible. (Felizmente inaudible).
Dejó ir el humo mientras pensaba que tenía que lavar los platos y cuando volvió a mirar hacia la calle, el calvo había desaparecido (accidentalmente se acordó de aquél calvo, ese que una vez había estado escrito en una historia-anillo) y le había encantado que desapareciera tan rápido después de haber pispeado ese círculo, también anillo, también historia.

Y era eso. Apoyar el bolígrafo en la hoja rayada y no poder perderse como cuando caminaba con el cigarrillo o lavaba los platos. Era en esos momentos sin papel rayado ni biromes cuando escribía como quería escribir, cuando decía lo que quería decir. Y entonces corría a escupir las divagaciones pulmonares en la hoja. Pero la hoja es rayada, Julio. Quizás estaba funcionando y Sofía estaba siendo Sofía, y para eso se necesita protagonizar, para eso se necesita ser sin explicación, para eso no hacía falta escribir con be alta y en una hoja indispensablemente rayada, para eso se necesita ser la mismísima hoja.
Hoja papel. Hoja liviana. Hoja finita. Sofía rayada.

martes, 5 de abril de 2011

Cuando yo era Sofía

Sofía-Pasa-Tiempos


Quizás Jude se equivocaba al pensar que Sofía lo estaba queriendo como quiere una mujer de oficina, que era lo que ya tenía y conocía tristemente de memoria. Pero Sofía no lo había ido a buscar para cenar a la luz de las velas, sino para librarse de esos fuegos tan fríos y tan quietos que derriten el tiempo de la misma manera que los almanaques. No. Era otra cosa. Lo había ido a buscar (si es que se puede decir que lo había ido a buscar, por que en realidad) para ser esa Sofía que era cuando buscaba a su mascota planetaria al costado de un campo indiferente. 
Para ser e x p e r i m e n t o s del tiempo que sólo son leales a eso que se llama sentir. 
Para perder el equilibro ficticio del sube-y-baja. Sube-y-baja. 
Para burlarse del balance del balance y dejar el orden en el fondo de la valija.
Para aprender a ser Sofía. Creía que después de eso podría pegarle un mordisco salvaje al amor, también salvaje.
Para mirarse, ambos parados y nada más. Es decir, reconocerse. Y luego correr a encerrar el pasado o las realidades paralelas en el baño y reirse como locos, hasta llegar empujandose a la habitación y abolir la existencia presidencial de los futuros, para dejarlos lejos, que es como deben estar los futuros cuando se desviste el peligro que es vivir. Entonces después (siempre después de) convidarle un cigarrillo al ahora, que los mira satisfecho, también disfrutando.
Quizás Jude se equivocaba cuando pensaba que Sofía no estaba a la altura de ser un soldado del presente (o sin-tiempos-que-pasan). Para eso tendría que quitarse el saco empapado de las moralidades y también el corpiño.
Let it be en ese ataque y defensa que es el estar encerrados en un coche de vidrios empañados, buscando o inventando la libertad.
Y Sofía le daba la razón si era eso lo que él creía. Y entonces él se confundía y se la devolvía, con ganas de cambiar de canal, porque sabía que cuando el amante te da toda la razón que tiene en el fondo de sus bolsillos, es porque se la quiere sacar de encima, porque no la necesita o no la quiere necesitar. Y eso la convertía en amante, en ese animal raro y contradictorio, en esa lengua gigante que callaba y esperaba el ataque para demostrar que sí, que Jude tenía razón y que por eso se estaba equivocando.


domingo, 3 de abril de 2011

Humanimales .


Las horas no me caen bien, el sol tampoco.
La noche es engreída, yo no le creo nada.
¿Qué pasa con las esquinas que no son sinceras?
No sé si quiero volver, ya no me interesan las brújulas.
Basta del bien y del mal.
Esto del placer me cambió las retinas. Yo también las encontré en otras personas, y ahora también me encuentro persiguiéndolas, sin saber por qué. Por esto, ya no me interesa ver. ¿Será por esto que la palabra está enojada? ¿Qué espera ella de esta humana, cada vez más humana?
Odio esperar y los semáforos, aunque no tanto. Quiero contar una historia animal, repleta de ideales furtivos que se lleve cualquier viento, como la vida.


Pie de página:
-¿Y? ¿Qué sentís?
-Nada.
-Ah, perdón.
-No, está bien. Perdoname vos a mí.
-No te disculpes por decir la verdad.
-Quizás no es la verdad, quizás tendría que haberte dicho que sí, que siento algo. Y entonces, quizás lo hubiese sentido.
-Me bastaba con un no sé.
-Perdón.
-Aunque en realidad no, en realidad me basta con un nada. No me importan tus respuestas, yo sigo queriendo. Perdoname a mí por ser tan egoísta.
-No, no te perdono.-dijo ella.
-Yo tampoco.