domingo, 27 de marzo de 2011

Sofía corriendo .

Tengo que correr. Tienes que correr. A toda velocidad.


Si la realidad fue más fuerte, entonces es verdad. Y esas páginas que aseguraban que Sofía era un personaje que iba a ganar están para tirar a la basura, porque las mentiras se tiran a la basura o se largan en el medio del campo con los ojos tapados para que no sepan como volver.
Claro que las mentiras tienen manos. Y cuando la venda caiga. Y cuando la venda caiga. Y cuando la venda caiga. Y cuando la venda caiga. Y cuando la venda caiga. Y cuando la venda caiga. Y cuando la venda caiga. M&M no es una estrella, Jude.

Todo se vuelve planeta.
Y cigarrillos.

Es mirarse al espejo y reconocer a octubre en este otoño argentino. Es la necesidad furtiva de que alguien nos salve. Es sentirse vivo y muerto y jugar con eso. Es que te quiero. Pero dicen que más hay que quererse a uno mismo. Parece tan estúpido, tan absurdo, tan egoísta, tan real, es decir: tan Jude.

Nos imagino en un duelo, con unas buenas armas.
Ambos de espaldas.
Y salimos a correr, en el medio la tierra. Y corremos. En direcciones perfectamente contrarias. De espaldas. Sin vernos, a toda velocidad.






Y corremos, con el arma en la mano, ya lejos.

viernes, 25 de marzo de 2011

Cuando yo era Sofía o la lagartija.

Cuando vemos la realidad en carne viva, siempre hay una lagartija que nos saca del apuro.

No lo puedo creer. Y él como si nada. No le importa nada. Dios, qué bronca. No lo entiendo. No entiendo. No entiendo por qué. Pero para qué. Para qué me pregunto por qué. Y por qué me pregunta por qué si no entiendo. No tiene sentido. Odio eso. ¿Dónde están las llaves? Este bolso de mierda. Menos mal que tengo la caja de cigarrillos llena. Acá están las putas llaves mirá. Y él como si nada, andá a saber, entrando andá a saber a dónde  con andá a saber que otras putas llaves y yo acá y Sofía con llave y cigarrillos. Encima este ascensor de mierda también, carajo, que no viene. Y Jude tampoco y la concha de la lora. Y claro, claro que me molesta. ¿Acaso no tengo derecho a que me moleste? Pero no tiene que saberlo por que claro, porque en realidad NO, NO TENGO DERECHO. Pero lareputamadre. Hasta cuándo duraré en Sofía. Por qué me molesta. Eso tampoco lo entiendo. Encima claro. Encima él. Y sí. Y no. Hoy no, por ejemolo. ¿Y ahora qué? ¿Y ahora dónde? ¿Y ahora quién? ¿Y yo? Y esta Sofía. La de hoy, la de esta noche. Estaba tan dispuesta esta Sofía. Era tan Sofía. Aunque en realidad no. En realidad esta Sofía no es Sofía. Claro que no. Porque Sofía no hubiese estado pensando, no hubiese entrado, no hubiese salido, no hubiese. Solamente es. Porque ella no le da lugar a los hubieses. Qué bien Sofía, la tenés tan clara. En cambio yo, la puta madre, en cambio yo. ¿Dónde está Sofía? ¿Y jude? ¿Dónde está Jude? No. No quiero que esté allá o en esa fotografía y revolcándose como loco en el pavimento indiferente, bueno eso sí. Pero ¿y Sofía?  No lo puedo creer. Idiotas. Idiota. Idiot.
Pará.
¿Qué es eso verde que está en la pared?


-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah.
Menos mal que llegó el ascensor. Dios. ¿Qué hacía una lagartija pegada a la pared? Era verde y tenía escamas. Guauh. Una lagartija. Nunca había visto una, menos en la puerta del ascensor. Esperá...¿Qué estaba pensando antes de la lagartija? Algo había pasado, algo había visto. Qué era, qué era. No sé. Es como si ya no me importara. Es como si la lagartija hubiera sido Sofía o Jude o ambos que no puedo recordar nada. Sofía como una lagartija que me saca la cabeza para que no piense y me hace olvidar. No sabía que las lagartijas también tenían ese poder. ¿O ese es Jude? ¿Acaso hay Sofía sin Jude? Oh, sí. Por supuesto que sí. Jude es totalmente prescindible para ese personaje. ¿Y para mí?  Pero ay. No. Cuando la vi. Qué feo. Pánico. Qué sensación. Ahora solo tengo el miedo de la lagartija.




El miedo de la lagartija.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cuando yo era Sofía

Sofía en un vaso


Emerger de ese mar de manos y piel es como despertar de un desmayo a medias.
Sé que a Jude le fascina jugar con este cuerpo sin huellas. Cree en la locura y yo también.
Es tan cruel verlo jugar con la boca.
Es tan hermoso cuando cierra los ojos y sonríe.
Ambos sabemos que los semáforos están adueñándose de otros colores, como la noche. A veces me pregunto si ellos también eran dudas, o en realidad un juego de seguridades.
Lo cierto es que esta lucha conmigo misma está eligiendo a una ganadora: Sofía. Sí, vos. Sofía. Por primera vez, saliéndote con la tuya.
Debo confesar que apenas te asomaste entre estas palabras encontradas, significabas algo.
Esta otra que lucha contra vos, es decir, contra mí, está desesperada. Remueve cualquier pasado. Se amarra a esperanzas inventadas, que en realidad son miedos en carne viva que sangran esta realidad, con la que tan mal me llevo y que últimamente, me gana la pulseada.
Estaba segura de que ganaría este juego que empezamos.
Pero Jude está tan loco, ché. Me lo advirtieron hasta los diarios, pero fui tras esa fascinación.
No le dí la bienvenida por que sí. Quizás, por ser al único que le di la bienvenida tras ese descortés tono de voz que tanto aprecia, el capricho se volvió otra cosa.
Desesperada, trato de reencontrarme con otros recuerdos. ¿Para qué? Para que me salven de sentir, aunque a aquéllos también los sienta. Son cosas diferentes.

-Te darás cuenta que no me quiero perder de nada.
La cosa es que Sofía tampoco quiere perderse de nada. Y Jude no debe saberlo.

Se pueden disimular las realidades. Pero la verdad está, ni más ni menos, que en esas manos de estos imperfectos personajes.
Qué deliciosos que son, como los helados. 






Ahora me doy cuenta que, aunque se avecine eso que es perder el control, todo sigue igual, exactamente igual que ese viejo octubre que hoy está en saturno o en el fondo de cualquier vaso...






...vacío.

domingo, 6 de marzo de 2011

Cuando yo era Sofía

Sofía entre sábanas .

Hundida en esa tela suave y clara que es la siesta, sumergí la cabeza llena de dudas estúpidas que alguien verdaderamente vivo no debería tener (o sí) en mis almohadas. No quería hablar con ellas, y demás está decir que ellas ya no me quieren escuchar. Últimamente no nos entendemos, aunque creo que nunca nos llevamos bien en realidad.
¿Qué hacer Conmigo? Ya ni sé. La indecisión ha llegado a límites realmente indeseables. ¿Y con esta cabeza? Tenía ganas de vaciarla, de cerrar los ojos y despertar en otro miércoles. Tenía ganas de que las agujas retrocedan o avancen, pero que se muevan. Sin embargo, la tarde parecía cómoda y sin apuros, como yo.
Recuerdo que estaba soñando y que estaba entretenida con esas imágenes pesadas cuando sonó el teléfono.
Lo escribo porque sé que Jude se dedica a hacer otro tipo de estupideces y que esa llamada que así misma se denominó (con cierta ironía, lo sé) "la llamada" dejó mi cabeza repleta de escaleras, que no son más que dudas con algo más.
Recuerdo que atendí. Recuerdo que dejé el celular lejos, pero arriba de la cama.
Sería contradictorio, bajo el nombre de Sofía, preguntarse: ¿Qué gracia tiene el anonimato?
Aunque Rodolfo tiene razón: Mi vida gira en contradicción, jamás conquisté mi corazón.

Lo escribo acá porque sé que lo leés.


Me hubiese gustado escuchar tu voz. Hubiese rematado todas esas dudas que andan por los tejados de mi cabeza desmotivada, la hubiese transformado en un laberinto de escaleras. Y quizás me hubieses salvado.

Texto que me da asco. Me da ganas de vomitar. Otra vez.

Sofía con un virus en las manos.


Abrazar a Jude era el acto más rayado que dos artistas puedan inventar.

Hay que vomitar, dicen.
Jude me mantiene en este aire nauseabundo. Es una linda musa, pero no es la mejor.
Así que, contraigo el estómago. Siento el papel por la garganta y roza la campanilla que me arranca un par de lágrimas débiles por los ojos, también débiles.
Un par de toses, como gajes del oficio y después tomo este papel, y me leo.

Merecer era la espada de plástico a la que se aferran los estúpidos que no se animan a vivir

Me merecía un globo celeste y un cuarto de luna.
Me merecía un castillo de chocolate y una nube de sed.
Me merecía un camino sin huellas y una playa sincera.
Me merecía un silencio profundo y una palabra como caricia.
Me merecía un escondite sin paredes y una flor inventada.
Pero prefería un vuelo al infierno y una carcajada caliente.
Y quiero más.



Querer, merecer, preferir. Son verbos que se entierran en la cabeza y germinan estos textos de mala muerte, que nadie recuerda, que yo no quiero leer y decido simplemente, vomitar.

Yo no quería un globo celeste, ni un cuarto de luna, ni un castillo de chocolate ni una nube de sed. Tampoco un camino sin huellas o una playa sincera. Mucho menos un silencio profundo o una palabra como caricia. Ni siquiera un escondite sin paredes con una flor inventda.

Yo ya tenía un vuelo al infierno y una carcajada caliente, era menos de lo que quería.
Y no lo merecía.