domingo, 3 de octubre de 2010

Cuando yo era Sofía

Sofía con sus semáforos

Las ganas como niños sin inocencia se revuelcan pegajosas en una cama que no es mía.
Rojo.
Y su leve decepción en una mano que no sabe si pedir perdón o dar un golpe de estado.
Verde. Otra vez Verde entre las sábanas tibias y los labios que se muerden, no se quejan, se derriten, se funden en el conglomerado frenético que no entendemos, aún no lo entendemos.
Casi sin querer, nos alejamos cada vez más de ese aún y lo sentimos, jugamos con él.
Entonces Rojo.
Y un suspiro enojado es retenido en sus labios, como las ganas de hacer lo que él quiera y yo también, yo también quiero eso. Pero. Siempre un pero porque soy yo y yo tengo una cabeza con peros. Y después quiero arrancarme la cabeza, y los peros y no pensar. Entonces me doy cuenta que otra vez Verde, en un ojo y en la cama.
Verde, Verde, Verde.
Más Verde. Canguros anarquistas en la panza. Manos que mientras piden piedad, avanzan acompañadas de un ejército de cosquilleos y una lengua animal.
Pero Rojo. Rojo ahora, antes que el Verde me haga sentir viva y ya no quiera seguir muriendo, que es lo que hacemos la gente común.

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