Las sombras se reconocen desde lejos, aún cuando el vaho nocturno del deseo parezca confuso.
La noche, nada más que nosotros en ella y ella haciéndonos lo que quiera.
Yo les temo a las sombras, a eso que es y a la vez no se deja ver. Entonces es el mismo miedo de siempre, cuando decimos que cosas quedaron atrás es mentira. Esas cosas siempre son mentiras de noche. Y sí, no le temo al contacto en sí, sino a su efecto, a lo que podría pasar. Aunque en realidad, más le temo a lo que no podría pasar.
Y entonces la sensual estupidez de ahogarse en cualquier placer que la noche disponga, entre flores y cervezas, entre cortesía y barbarie, entre las ambivalencias comunes de cualquier tipo de espera.
Pobre la preciosa dama azul.