sábado, 6 de febrero de 2016

Cuando yo era




Me encuentro sorpresivamente, casi como quien no quiere la cosa, fantaseando con la idea de que me leés y de que sabés que te escribo por el simple hecho de la manera que escribo la palabra cliché. La leí en vos e inmediatamente se me hizo costumbre escribirla y mirarla y pensar que queda muy linda, muy burlona, muy graciosa, muy ofensiva o muy soberbia. Y me enamora leerla, no sé si por vos o por ella misma o por ambas cosas.
Lo cierto es que han sabido escribirla de otra manera. Y ahí me entró la duda, sí, primero fue la duda. Después la fantasía. Y ya después una suerte de reflexión que también se acerca bastante a la palabra fantasía y ni te digo a la cliché. ¿Acaso uno no es a veces el rejunte de todo esto? ¿No es, acaso, la forma en que escribimos una palabra, el instante en que entramos en la duda (porque entramos, un poco involuntariamente, otro poco voluntariamente y es difícil salir de la duda, siempre es entretenida, es decir, ella se entretiene con nosotros y juega como mi gato con los hisopos o las banditas elásticas)?¿Acaso uno no es ese intermedio entre la reflexión más consciente que nunca y la fantasía más bella y lo que ello implica?
Ese punto del intermedio y como del después o de la silueta misma de la palabra sinsentido que arrasa justamente en ese intermedio donde uno es y no es.
Donde una es y no es.
Sofía, claro está.
Claro está.
No busquemos por ahí porque nos vamos a terminar enredando con los rulos y un chicle (chicle/cliché) mal educado  como residuo de otra noche perdida en la que es mejor no pensar porque la fantasía es una fantasía, esa verdad de mentiras, como una suerte de premonición a esperar para toda la vida, porque se espera siempre cualquier cosa, desde un reencuentro hasta la muerte misma, valga la redundancia.
Pero no. No. No nos estamos entendiendo.

-Martirio ¿Vos que querés ser cuando seas grande?
-Yo quiero ser una Sofía.



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