viernes, 21 de septiembre de 2012

Todos los humanos parecen normales de mañana. Ella no.

La calle que serpea.
Sus ojos que no miran.

Pasó la noche en vela, como siempre y no pudo recordar en que momento la lluvia desapareció y el sol volvió a poner las cartas sobre la mesa.
Le quemaba el encierro y la mañana era como una Rayuela exquisita para degustar caminando por donde sabía caminar.
Casi al pasar se topó con un barquito de papel, abandonado entre tanto pasto y tanta tierra y sus ojos anclaron involuntariamente en ese encuentro y su sensación: algo así como una incertidumbre violenta propia de la moral instintiva de una niña y sus improvistos.
Siguió caminando.
Se detuvo un momento.
Siguió caminando.
Cuando ya estaba cerca de su casa decidió volver al parque y devolver ese barquito de papel a cualquier charquito que encontrase y del cual seguramente se había perdido.
Sólo así ella podría devolverse a
la calle que serpea
a su charquito del noveno b
a sus libros de la mesita de luz
a su té con cigarro




a sus ojos que dicen que no miran.













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