lunes, 3 de septiembre de 2012

Cuando yo era Sofía


A Martirio no la queremos.
Nos engañó.
Se mimetizó entre los pliegues de nuestro vestido cuando llorábamos en la ventana y nos enredó las piernas y las pestañas por pura inercia.
Nos enseñó a mentir y desacreditó palabras como discursos.
Es gris y vive en los charcos de agua. No, no es un sapo, no sabe nadar y ella también les teme.
Es la humedad que nos pudre la cabeza y la llena de grietas sin sentidos.
Es el miedo sin corpiños.
Es el diccionario de los muertos.
Es un ogro maloliente y no la queremos.
Es domingo y nada más. En cambio nosotras, vos, Sofía, no conocés los almanaques.
Tiene voz de radio legal, no como la nuestra que viene desde el fondo de la botella de vodka con cigarros y busca metáforas como encendedores.
Nos manipuló todo este tiempo pero ahora ya sabemos, sí, la reconocimos.
Nos invitó a jugar y nos ató a una silla con una soga demasiado real.
No sabemos adónde ir, pero a ella no la vamos a llevar.
Estamos demasiado dormidas, nos anestesió sin caja de Pandora y ya no creemos en ella.
Sabe atar nudos sin dedos y nosotras somos muy torpes con las manos, apenas sabemos mover los pies.
No se aferra a nada, sabe soltar pero no soltarse.
Nos da pena pero ahora estamos enojadas con ella.
No la podemos querer, no es como nosotras, no conoce el deseo. Es una adicta incompetente.
Entonces esperaremos a la luna Sofía, nuestra luna.
Siempre la noche será más cómoda para escapar.






Y volver,
con los cabellos como manos,
con las manos como  libertad.

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