lunes, 15 de agosto de 2011

Te odio cuando sos la víctima.


¿Cómo llegó hasta mi garganta? No, no repasemos el trayecto porque vuelvo a decaer. (Todavía no es el momento.)


Ya no sé que más pensar. Y eso está bueno, dejar la mente colgar del tendedero por un ratito y chupar un caramelo como si fuese la medicina que entra por tu cuerpo y andá a saber cómo (la nota del parcial indica que claramente no entiendo biológica, es decir, no puedo entender lo que no puede ser de otra manera. Pura lógica. Y claro. Si he perdido la razón. Ayer, por ejemplo, te la tuve que dar a vos. Y te odié por eso) penetra por las entrañas de esta reciente y detestable angustia para desarmarla hasta desvanecerla. 

No, no soporto a los psiquiatras. En realidad no conozco a ninguno. 

Tampoco me soporto a mí. 


No tengo caramelitos ni cigarros. Tampoco a vos. Hoy no. Y te necesito.


Gracias por devolverme el favor. 

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