Emerger de ese mar de manos y piel es como despertar de un desmayo a medias.
Sé que a Jude le fascina jugar con este cuerpo sin huellas. Cree en la locura y yo también.
Es tan cruel verlo jugar con la boca.
Es tan hermoso cuando cierra los ojos y sonríe.
Ambos sabemos que los semáforos están adueñándose de otros colores, como la noche. A veces me pregunto si ellos también eran dudas, o en realidad un juego de seguridades.
Lo cierto es que esta lucha conmigo misma está eligiendo a una ganadora: Sofía. Sí, vos. Sofía. Por primera vez, saliéndote con la tuya.
Debo confesar que apenas te asomaste entre estas palabras encontradas, significabas algo.
Esta otra que lucha contra vos, es decir, contra mí, está desesperada. Remueve cualquier pasado. Se amarra a esperanzas inventadas, que en realidad son miedos en carne viva que sangran esta realidad, con la que tan mal me llevo y que últimamente, me gana la pulseada.
Estaba segura de que ganaría este juego que empezamos.
Pero Jude está tan loco, ché. Me lo advirtieron hasta los diarios, pero fui tras esa fascinación.
No le dí la bienvenida por que sí. Quizás, por ser al único que le di la bienvenida tras ese descortés tono de voz que tanto aprecia, el capricho se volvió otra cosa.
Desesperada, trato de reencontrarme con otros recuerdos. ¿Para qué? Para que me salven de sentir, aunque a aquéllos también los sienta. Son cosas diferentes.
-Te darás cuenta que no me quiero perder de nada.
La cosa es que Sofía tampoco quiere perderse de nada. Y Jude no debe saberlo.
Se pueden disimular las realidades. Pero la verdad está, ni más ni menos, que en esas manos de estos imperfectos personajes.
Qué deliciosos que son, como los helados.
Ahora me doy cuenta que, aunque se avecine eso que es perder el control, todo sigue igual, exactamente igual que ese viejo octubre que hoy está en saturno o en el fondo de cualquier vaso...
...vacío.
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