domingo, 6 de marzo de 2011

Cuando yo era Sofía

Sofía entre sábanas .

Hundida en esa tela suave y clara que es la siesta, sumergí la cabeza llena de dudas estúpidas que alguien verdaderamente vivo no debería tener (o sí) en mis almohadas. No quería hablar con ellas, y demás está decir que ellas ya no me quieren escuchar. Últimamente no nos entendemos, aunque creo que nunca nos llevamos bien en realidad.
¿Qué hacer Conmigo? Ya ni sé. La indecisión ha llegado a límites realmente indeseables. ¿Y con esta cabeza? Tenía ganas de vaciarla, de cerrar los ojos y despertar en otro miércoles. Tenía ganas de que las agujas retrocedan o avancen, pero que se muevan. Sin embargo, la tarde parecía cómoda y sin apuros, como yo.
Recuerdo que estaba soñando y que estaba entretenida con esas imágenes pesadas cuando sonó el teléfono.
Lo escribo porque sé que Jude se dedica a hacer otro tipo de estupideces y que esa llamada que así misma se denominó (con cierta ironía, lo sé) "la llamada" dejó mi cabeza repleta de escaleras, que no son más que dudas con algo más.
Recuerdo que atendí. Recuerdo que dejé el celular lejos, pero arriba de la cama.
Sería contradictorio, bajo el nombre de Sofía, preguntarse: ¿Qué gracia tiene el anonimato?
Aunque Rodolfo tiene razón: Mi vida gira en contradicción, jamás conquisté mi corazón.

Lo escribo acá porque sé que lo leés.


Me hubiese gustado escuchar tu voz. Hubiese rematado todas esas dudas que andan por los tejados de mi cabeza desmotivada, la hubiese transformado en un laberinto de escaleras. Y quizás me hubieses salvado.

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