sábado, 23 de marzo de 2013

Ya somos fuegos y tuercas.


Sofía desnuda 


-Y lo veo con claridad. Es como embriagarse de contextos y mirar desde una esquinita imparticular y con el vaso en la mano eso que es la claridad. Esa cosa que adentro es un caos tumultoso y hostil pero que desde una esquinita con vasito en mano es claridad.
-Claro. Te entiendo. -dijo él que era ese amante tradicional, ese amigo con el que uno hace literatura borracha antes de terminar haciendo el amor.-Sobre todo porque te veo desde una de las aristas de ese caos tan claro y tan tumultoso y tan vino blanco, yo te estoy viendo, Sofía. Y sos hermosa.
-Soy hermosa porque te tengo ahí, porque me dejo espiar por tus ganas, porque te doy un lugar en lo más oscuro de la claridad, soy hermosa porque te doy lugar cuando estás así como ahora, sólo y negro y narciso y herido y despreciado por esa que dijiste que toca muy mal el violín.
-A vos te gustaría ser la chica que toca mal el violín.
-No podría.
-Ya lo sé. Por eso sos el final, ese final de cada tanto y por inercia, después de un tiempo, cuando ya pasó la borrachera y la mañana y el dolor de cabeza y hasta las tostadas. Sos la última pieza, es verdad. Pero me conocés tanto y te ponés tan nerviosa cuando te toco y te tensionás y me rechazás hasta que no podés, nunca podés y entonces te volvés mi dama dócil, mi cíclica tradición.
-Ya ves, al fin y al cabo vos también me das un lugar, ya sea un septiembre o un febrero o un martes a las cuatro de la mañana. Somos tan estúpidos. Cuando se nos cae el cielo en la cabeza, nos vamos a esperar al otro abajo de la mesa. Y somos tan orgullosos. No nos vamos a buscar, nos esperamos debajo de la mesa.
-Pero te espero, no te voy a buscar, pero te espero. ¿Qué más humilde y modesto que un hombre esperando debajo de la mesa?
-Me voy.-le dije y me besó la frente con una ternura de alguien que comprende y está satisfecho por eso.

Encendí el cigarrillo mientras la noche fría me humedecía los ojos.
Después de dos cuadras y con el cigarro casi apunto de terminar me tomé un taxi que me dejó a tres o cuatro cuadras de mi casa porque ya no tenía ni una moneda más para pagarle al taxista.
Y desde lejos lo vi.
Como la sombra animalesca de alguien sentado al borde del cordón, esperandome a mí, sabiendo perfectamente lo que iba a ocurrir, transformándolo en la víctima que lo haría a su vez, el gran victimario.
-Hola.-me dijo cuando logró pararse y abandonar ese borde del cordón tan cómodo y silencio, tan del antes del que ya no se podía volver.
-Hola.-por alguna razón mi voz estaba como atolondrada, como atada de una cuerda y retenida desde el ombligo que estaba dispuesto a instigarla durante toda la conversación. Y para disimular, como siempre, encendí otro cigarrillo.
-Te lo tengo que decir. Perdoname pero no me lo puedo aguantar. 
-¿Por qué?-murmuré. Es que ya no habría vuelta atrás.
-Lo necesito.
-No me obligues.
- Yo sí. Decílo. Decíme si vos también o si vos no. No importa. Pero hablemos. Ya no lo soporto, no soporto esas conversaciones de niños que disimulan o de jueces en pleno recreo. Digamos. Y digamos la verdad.
No podía.
No podía hablar. Esta vez el ombligo tiró de la cuerda y la voz aprovechó para dejarme sola y responsable. Y él también me había dejado sola, sobre todo él. Porque la única que tenía que decir la verdad en esta historia era yo.

-No.-dije soltando la lágrima. Ya está. Ya estamos del otro lado, del lado de lo dicho y por lo tanto lo insostenible.-  Dicen que se siente ese frenesí infantil del comienzo de algo que va a ser grande, que me va a volver loca, ése que decís vos ahora y que va a dejar de ser. Pero yo no. 
- No importa.
-Hasta que llegue ese día o mejor dicho, esa noche en la que vas a querer, vas a querer que te toque y te bese y te mire de otra manera. Te lo digo por que lo sé. Estuve en el borde del cordón esperando y nunca llegó nada, amé con el deseo fervoroso de la perra fiel, pero no pasó nada. Esas cosas no se pueden, ya ves.
-Yo no voy a ser el tipo de esa historia.
-Ya sé. Por eso. El perro fiel ahora te toca a vos.
-Sofía. Mi hermosa Sofía. La palabra amor no es siempre de la misma manera. El tiempo...
-El tiempo nada. Te amaré el día que quieras a otra, que te vayas y me dejes sola necesitándote. Sólo entonces te amaré. Pero te amaré desde el fondo de quien se reserva el derecho a perdonar, te amaré desde lejos y desde el silencio, a través de una fotografía, de una palabra o de un plato de ravioles mal hechos. Sola y sin perdonarte y encerrada en mi cama. Y después de eso te voy a olvidar y me acostaré con otros hombres. Así de estúpida y común y cliché es la niña de la que te enamoraste. Mirame, ¿No me ves? Tan estúpida, tan mediocre.
-Será que es así entonces. Será que estamos metidos en una terrible encrucijada.
-No. La que está metida en la encrucijada soy yo. Hace tiempo que estoy sentada en el centro de mi propia telaraña de agua que me atrapa por completo y me estrangula y me llena los pulmones de agua y yo sigo estando ahí, yo me dejo ahogar. Tan mediocre, tan estúpida.
-Entonces querés que me vaya.
-No. No puedo, yo no, pero no te vayas.
-¿Entonces que hacemos?
Busqué en la cajita y ya no tenía más cigarros.
Nos miramos, casi con vergüenza. Ya sabíamos todo. Sabíamos lo que pasaba, sabíamos lo que teníamos que hacer y sabíamos lo que entonces sucedería. Estábamos desnudos. Y sentíamos vergüenza.
Por eso después de un revoleo de ojos nos sonreímos tímidamente, como si tuviéramos once años y nos acabáramos de dar un beso en el cachete.
Saqué las llaves de casa.
-¿Querés pasar?-le pregunté.
-Sí.-me dijo con una sonrisa imperceptible.

A pesar de todo, el gran victimario dijo que sí.




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