domingo, 17 de abril de 2011

Cuando Yo era Sofía

A rayas, frente a la hoja blanca.

Es irónico escribir sobre no poder escribir, pero últimamente encuentro a la ironía hasta en el ropero.
Le gustaba ver las cabezas caminando, iluminadas por los faroles de la calle que también son la luz de la noche.
Había visto a un hombre mirar su reloj. El tiempo como piernas de plastimasa que corren en círculos, que nos atontan para llegar.
Para llegar.
Cuánto hacía que no veía a un hombre mirar un reloj, pero un reloj de verdad, esos que hacen ese tic-tac casi inaudible. (Felizmente inaudible).
Dejó ir el humo mientras pensaba que tenía que lavar los platos y cuando volvió a mirar hacia la calle, el calvo había desaparecido (accidentalmente se acordó de aquél calvo, ese que una vez había estado escrito en una historia-anillo) y le había encantado que desapareciera tan rápido después de haber pispeado ese círculo, también anillo, también historia.

Y era eso. Apoyar el bolígrafo en la hoja rayada y no poder perderse como cuando caminaba con el cigarrillo o lavaba los platos. Era en esos momentos sin papel rayado ni biromes cuando escribía como quería escribir, cuando decía lo que quería decir. Y entonces corría a escupir las divagaciones pulmonares en la hoja. Pero la hoja es rayada, Julio. Quizás estaba funcionando y Sofía estaba siendo Sofía, y para eso se necesita protagonizar, para eso se necesita ser sin explicación, para eso no hacía falta escribir con be alta y en una hoja indispensablemente rayada, para eso se necesita ser la mismísima hoja.
Hoja papel. Hoja liviana. Hoja finita. Sofía rayada.

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