martes, 5 de abril de 2011

Cuando yo era Sofía

Sofía-Pasa-Tiempos


Quizás Jude se equivocaba al pensar que Sofía lo estaba queriendo como quiere una mujer de oficina, que era lo que ya tenía y conocía tristemente de memoria. Pero Sofía no lo había ido a buscar para cenar a la luz de las velas, sino para librarse de esos fuegos tan fríos y tan quietos que derriten el tiempo de la misma manera que los almanaques. No. Era otra cosa. Lo había ido a buscar (si es que se puede decir que lo había ido a buscar, por que en realidad) para ser esa Sofía que era cuando buscaba a su mascota planetaria al costado de un campo indiferente. 
Para ser e x p e r i m e n t o s del tiempo que sólo son leales a eso que se llama sentir. 
Para perder el equilibro ficticio del sube-y-baja. Sube-y-baja. 
Para burlarse del balance del balance y dejar el orden en el fondo de la valija.
Para aprender a ser Sofía. Creía que después de eso podría pegarle un mordisco salvaje al amor, también salvaje.
Para mirarse, ambos parados y nada más. Es decir, reconocerse. Y luego correr a encerrar el pasado o las realidades paralelas en el baño y reirse como locos, hasta llegar empujandose a la habitación y abolir la existencia presidencial de los futuros, para dejarlos lejos, que es como deben estar los futuros cuando se desviste el peligro que es vivir. Entonces después (siempre después de) convidarle un cigarrillo al ahora, que los mira satisfecho, también disfrutando.
Quizás Jude se equivocaba cuando pensaba que Sofía no estaba a la altura de ser un soldado del presente (o sin-tiempos-que-pasan). Para eso tendría que quitarse el saco empapado de las moralidades y también el corpiño.
Let it be en ese ataque y defensa que es el estar encerrados en un coche de vidrios empañados, buscando o inventando la libertad.
Y Sofía le daba la razón si era eso lo que él creía. Y entonces él se confundía y se la devolvía, con ganas de cambiar de canal, porque sabía que cuando el amante te da toda la razón que tiene en el fondo de sus bolsillos, es porque se la quiere sacar de encima, porque no la necesita o no la quiere necesitar. Y eso la convertía en amante, en ese animal raro y contradictorio, en esa lengua gigante que callaba y esperaba el ataque para demostrar que sí, que Jude tenía razón y que por eso se estaba equivocando.


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