miércoles, 17 de julio de 2013

Cómo era




Cómo era eso que había estado pensando hasta recién.
Eh.
Tenía que ver con un cubo mágico y con el sacrificio, con la palabra sacrificio.
Y todo eso era y no era yo y eso era toda la cuestión, como la palabra vida, mi palabra vida.



Si volvemos a aquélla mancha del vestido, entonces el cubo mágico era Sofía y vos lo desarmaste. Lo transformaste en caos ilógico. Entonces después te fuiste y me dejaste con la palabra caos.

 Esa noche, ese ritual, ese sacrificio, esa niña, esa sangre.

Ahora hay que volver a armar el cubo, volver a transformarlo en ese cubo simétricamente seguro, sin dudas ni manchas raras.
Pero parece imposible.
Porque ya no es juego.
Entonces se hace más imposible.
Y tiene sentido que ese instinto infantil quiera volver a dominar y que a veces de hecho, domine. Es decir, Sofía.
Pero también está la certeza de que Sofía se ha transformado ineludiblemente, se gusta, habrá que escribirlo así, qué sé yo. O Martirio.
Y que esa transformación nos puede regresar alguna vez a ese cubo certero y simétrico pero necesaria e inconscientemente será ese el momento previo al nuevo y devastador desarme, porque de lo contrario




morimos, digamos.



Jude no te pienso ahora porque te sigo amando. Entrás en mis pensamiento como un cuadradito más del cuadrado, como algo que pasó y quizás

hasta es verdad y te odio un poco por eso.






No sé si era esto exactamente.
Es decir no, nunca es exactamente.
Las palabras son independientes,
seductoras,
poderosas,
hasta brujas
y se escriben como quieren.
Y me hacen dudar
si era esto
u otra
u otra cosa lo que pensaba,
me han confundido
y ahora olvidé eso que antes estaba tan claro.
Entonces es cierto,
las palabras también me hacen olvidar.


Malditas y amadas sean ellas,
éstas,
aquéllas
y sobre todo





las tuyas.


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