Hay encuentros que son instantes.
Hay instantes que son sensaciones.
Mi mente suele ser la recopilación silenciosa de esto, como por ejemplo: ése ojo verde en mi cama, el odio desbordado en mis ojos o ésa vez en que vos parado frente a mí y yo frente a vos en un pasillo cualquiera y silencio.
Recuerdo que creí que si te decía algo arruinaría ese momento tan literatura.
¿Qué estarías pensando en ese momento? Y supongo que cuando volteé después de esos minutos donde la sangre latía detrás de esa blancura llena de miedos, seguimos y si de algo estoy segura es que te quedaste pensando lo mismo que yo ¿Qué estarías pensando en ese momento?
Me
gusta. Por eso lo miro y estoy así. Parezco quieta. Parezco humana. Pero
adentro. En el estómago, por la garganta, en la esquinas de los ojos y hasta la
punta de los pies, siento el frenesí de ese algo que está ahí.
Y
yo acá.
Y
me gusta. Por eso lo miro.
Y
así tendría que ser la vida siempre. A veces es siempre así. Pero solamente a
veces es siempre. Porque después vienen las explicaciones a envenenar las
circunstancias, contaminándolas de razón. Y la razón es tan estúpida porque la
necesitamos.
Yo
no quiero necesitar. Yo no quiero tener razón.
Vivir
es estar parada frente a algo que me gusta, como este pasillo que es un encuentro que es un instante que es una sensación y
nada más y nada menos que la vida y yo en frente.
Yo
viva, sin ninguna razón.
Yo
viva.
Y
las explicaciones en el cajón.
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