domingo, 9 de enero de 2011

Texto escrito el 04/08/10



A veces, la dejo tirada en algún callejón, cuando se emborracha de sentido y voy a sentarme frente a una ciudad o a ser una máquina por un ratito.
Después vuelvo, con cara de perdón y un cigarrillo en la boca.
No la puedo mirar a la cara porque enseguida me contagia y soy otro, que es quien soy.
Ella se levanta en silencio, quizás está con cara de perdón y un cigarrillo, nunca lo voy a saber y eso me gusta, ese sabor intrigante que sólo su presencia o ausencia puede generar.
La llevo conmigo en la punta de la lengua. La elevo, la mojo, la mastico, la saboreo, la vuelvo a poner en la punta de la lengua y la miro de reojo.
Después de verme tan tranquilo, me sacude, me agarra de los pelos, me insulta, se ríe.
Yo le hago cosquillas, le doy un beso, soy otra vez ese fiel amante.
Cuando volvemos a confiar de manera extrema, como tenemos por costumbre, donde el humor y nuestra humanidad cumplen una función elemental en nuestras pisadas, somos uno o los que queramos.
Por eso la quiero tanto.
Por eso la acaricio con el meñique o con las pestañas, desde un cascabel poderoso o desde la punta de un rascacielos azul con una pluma que le arranqué cuando ella dormía o cuando yo tenía insomnio, o cuando soñaba que ella dormía y yo tenía insomnio o a lo mejor no, no la toco, la escupo, la empujo, la vomito en esa verborragia involuntaria que tiene sabor a pasión o a mi otro mismo que es quien soy, o tal vez a sopa de espárragos o letras.
La pienso todo el tiempo, la admiro en ese papel perdido o en la boleta de la luz.
Me acompaña siempre lista, siempre predispuesta a lo que yo quiera hacer con ella, a lo que ella se transforma cuando está conmigo o a lo que es y punto porque es hermosa siempre, hasta en la vulgaridad del pobre, o en los insultos del rico o del extasiado o del iracundo o los míos.
Ella está siempre en todo, con ese beso lingüístico que deja loco a cualquiera, créame.
Se aburre mucho cuando está en un discurso de la tele, tiene cara de perro cuando en ese discurso mienten.
Sus cabellos recorren las calles, las casas, las cañerías, los estómagos, el sistema nervioso hidroeléctrico de las personas hasta llegar a la boca de cualquiera y entonces se presenta, desnuda como el ser humano que la trajo al mundo que en realidad no es más que una de ellas que andá a saber.
Cuando me mira con esa sonrisa traviesa y se apodera completamente de mi mente, la tomo de la cintura o de la espalda e inevitablemente hacemos el amor en el papel, teñimos las caricias de azul, jugamos mucho, nos entremezclamos en tinta para sentir, decimos mucho o nada, pero decimos. La traigo hasta mis labios, la hago lo que quiero,  descontroladamente enamorado de ella, la palabra, que es mía o de todos o de nadie o de quien quiera, siempre palabra.



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