lunes, 7 de octubre de 2013

Orgasmo del desencuentro.



Nos enredamos (indeciblemente) en la lengua perversa del misterio irrevocable del encuentro.
Por eso, encuentro. Porque hay algo que no se deja encontrar. Algo así como la ambigüedad del lenguaje es lo que nos mantiene vivos y enredados, sobrevivientes encontrados.
Eso que no se deja encontrar, que no sabemos que es pero que se inscribe como regla general de la nocturnidad misma de cualquier sujeto que esté sujeto a cualquier miedo peligroso que nos defina como seres vivos, éso se traduce en lo que el barbudo llama velos.
Desde el cabello hasta la boca estoy velada.
De a poco intentarás (absurda e inútilmente) arrancarme el velo que esta atado a mi lengua.
Dejaré que lo hagas desde el sometimiento más siniestro que apresa a cualquier sobreviviente cegado (porque tus velos seguirán allí, intactos, porque yo, porque Sofía o Martirio, mujeres amantes de la ilusión). Entonces el velo del lenguaje viajará por mi esófago, rozará la campanilla y se liberará después de un lastimoso tironeo con mis dientes. Casi como un vómito, me arrancarás de mí.

Me desnudarás hasta dejarme en ese sinsentido que es Sofia.
Y no podré decirte nada, no podré pedirte que te detengas, no podré rogarte que no me asesines de esa manera. Porque Martirio y yo sabemos que es hermoso desnudar a Sofía.


Es placenteramente inevitable
asesinarla de esa manera. 


 

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