martes, 3 de abril de 2012

Como Para no caer del pasamanos # 2

Entonces deberás a acostumbraste a mi reservas de pensamientos de cigarros, al miedo tímido de mis vocales al pronunciarte Temerosa Árbol, a la fascinación de estar ahí con eso preciado. (No. No lo voy a compartir.) Al enamoramiento total por la naturaleza humana que es placenteramente imperfecta, a lo salvaje que es querer con silencios, a la admiración secreta por tus ojos y todo lo que ellos ven y no ven, también por tus manos que hacen y hacen tanto. A la  inmersión ineludible en esa cualquier cosa que quieras crear. A obligarte a responderme esas preguntas que te hacen quedar en evidencia y que yo no quiero responderte. A mis celos callados o a mi recurso de la enumeración. A mi perseverancia sofista en seducirte con lo único que tengo que es esta lengua. Y a endulzarme con esa adicción a escucharme tratando de convencerte, es decir, vos en la ventana admirándome defender cualquier cosa que se me haya escapado de la boca para atraerte y en la que te detuviste intencionalmente. Y entonces convencerte, ambos satisfechos, también de chocolates. A mis uñas de mujer amante del caos y mi afición por el té y lo complicado. A mis caras enojadas cuando el timbre, una bocina o una pulsera violeta y amarilla nos interrumpen. A eso que se siente cuando me mirás mientras me visto o me reinventás en los sinfines de tus artes. A mi carácter de mierda  que todavía no conocés (hey, no te asustes, acostumbrate). A mi afán de niña caprichosamente inocente. A mi repuganancia hacia la acción de especificar lo que me pasa, es decir, a no explicar para sentirme más humana porque Julio. A mi cabeza con dudas y peros y las consecuencias de esto mismo afectándote. A mis andanzas por los aleros de la mente. A mi amor desmedido por la palabra. A mi inseguridad en cuanto a tus tantos pasados y yo sin nada más que vos.

Nada más que vos que sos también todo esto (y más) como una naranja.


Y todavía, no está para mí el azul en el cielo de tu ventana alta. Y estoy segura que aparecerá en las noches de invierno, cuando los postigos de la ventana estén cerradas, porque hará frío para mirar el cielo. Entonces no habrá ventana con cielo azul para Sofía. No es un pensamiento que me trae a maltraer, es simplemente un algo que sucede en el tiempo del vos y yo y que forma parte de la recopilación privada de esos detalles nuestros que me gusta escribir para simplemente no caer del pasamanos.

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