viernes, 21 de octubre de 2011

¿Por qué existe la palabra desalmado y no la palabra almado?

Estoy realmente orgullosa de tu eficaz inestabilidad. La admiro. La pienso hasta gastarla. La derrito entre mis dedos y recuerdos de cerveza fría y corpiño en el piso. 
Quisiera pedirte que te detengas. Que pares un poco con todo esto porque tengo miedo.
Si me preguntas (ríendote y altanero, ya te imagino) qué eres para mi hoy, te contesto que sos como querer fumar un cigarrillo aún cuando el dolor de la garganta me saca un par de lágrimas.
Lucha interminable con cierto sabor a cliché entre el dolor-de-lo-innegable y las ganas de aún-todavía-seguir-queriendo. No quiero saber quién podría ganar. No quiero saberlo, no me gusta. Esto no tenía que ser así. 
Vos tenías que tener otro nombre y explotar en otra fecha. Yo tenía que aprender a olvidar gente como lunas. Vos tenías que ser almado y culposo. Yo tenía que ser fría y calculadora. Vos tenías que conocer el dolor. Yo, el placer. 
Algo pasó que hoy los recuerdos pelotudos me torturan hasta sacarme el sueño y a eso sumale tu histeria descortés y prepotente que viene a destruir el poco equilibrio creíble que había logrado construír después de eso donde ni siquiera hubo espacio para un chau.
No sé.
Ayer, por ejemplo me dejaste pensando con la intención de dejarme pensando, dicen algunos y por eso se me había ido el sueño. Hasta que conseguí dormirme y a la madrugada me despertaste para reafirmar tu presencia con unas palabras ilógicas. Para calmar la sed de tu ego y no me voy a cansar de decir eso.


Tené un poco de piedad y dale vacaciones a mi cabeza. Arriesgate. Perdeme,
te juro que es lo que querés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario